Estabas ahí, sonriendo de oreja a oreja y abriendo tus
brazos para abrazarme. Eras como la esperanza que brilla débil después del
desastre. Me sentía una imbécil desconfiando de ese abrazo y de esa mirada. Así que ignoré a mi cerebro y escuche a mi alma.
Quizá no advertí que tu sonrisa era zorruna y que esos ojos
escondían engaño. Por eso me atrapaste, de nuevo, en tu juego de falsas promesas. Y es que en realidad ya me esperaba todo eso.
Pero en el fondo nunca quise que fuera verdad.
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